El le había -o al menos eso creyó- dedicado una novela setecientas paginas.
En realidad, aquejado de esa enfermedad del ego, que tienen algunos escribientes, en las setecientas paginas solo hablaba de él mismo.
Ella mas prudente, se limitó a reservar en su diario una docena de caras, aquellas que tenían el color el tacto y el perfume de las sábanas, de aquel hotel para parejas que frecuentaban.
Así cada cita, era como una carta, sin texto. Elaborada en la cama, pensada en los entreactos y en un sobre color rosa palo como el cobertor del mueblé. Con ese color de amor exangüe en que terminaban sus desventuras.
Un día en el futuro, se imaginaba ya anciana leyendo aquellas hojas nunca escritas. Repasando las novelas de sus amantes y contestando aun con orgasmos imaginarios aquellas palabras que nunca le escribieron para ella.
¡Uf los hombres ¿Porqué serán tan egoístas?!
Darío
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